lunes, 10 de diciembre de 2007

Jóvenes poetas. [por J.J. Armas Marcelo]

Una tenida vespertina en el Café Central con jóvenes y todavía anónimos poetas me despierta del ronroneo otoñal de Madrid. Primero, advertencia: «No estamos aquí, hablando contigo», me dicen con pulcritud, «para que nos nombres en tu próxima intemperie». Segundo, aviso: «Aquí no nos lee nadie. Como en todos lados, un padrino vale un potosí, pero si lo eliges mal, todo lo que escribes no tiene destino decente...». Les pregunto qué leen, cuántas horas dedican a la lectura, echo mano de Cortázar, que terminó creyendo en la teoría foquista de Ernesto Guevara, también en literatura: hay que escribir una, dos, tres, cientos de veces el mismo poema, el mismo cuento. Hay que leer una, dos, tres, cientos de veces el mismo relato para que se haga carne de palabra cada palabra. «Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas», dije de repente, y nadie, ninguno de los jóvenes poetas de la tenida del Central, dijo que el autor del verso fuera el de Coplas a la muerte de su padre, como he visto escrito hace unos meses en un artículo de un profesor universitario. Lo que venía a decirles a los jóvenes poetas, con cierta crueldad intelectual, es que el que quiera lapas debe mojarse el culo. Hasta más arriba de la cintura, si fuera preciso.

Cargan sobre «la situación» y «los situados». Nada que objetar al poeta Gelman, me dicen uno detrás de otro, pero sí a los métodos que se han vuelto tradición vergonzosa para acceder al supuesto Nobel español. Citan a Jiménez Lozano, al propio Gamoneda (nada que objetar a su poesía, tampoco), a Gelman, ahora. Dicen que dos meses antes de que otorgaran el Cervantes, todos los barrios de la literatura española, incluso los extramuros lejanos a la influyente hojarasca de las diferentes jarcas poéticas, sabían (cierto, sabíamos) que el gran galardón sería para el poeta Juan Gelman. ¿Mueve alguien desde el poder político el Premio Cervantes?, les pregunto. Y todos al unísono confirman la sospecha de todos. «Van a cambiarlo todo...», les digo, como si mis palabras fueran un anzuelo. «Parece mentira que digas eso», me contesta el más hiriente del grupo, «precisamente tú, que te las das de experto en Lampedusa».

Trato de cambiar de tercio hasta casi conseguirlo: la cuestión (ya lo escribí en otros lugares) es leer o no leer. La primera actividad cotidiana de un escritor, o de alguien (mujer o varón, homo o hetero) que quiere ser escritor, es leer. No sólo releer a los clásicos, viejos o contemporáneos, sino leer a los nuevos, leer hasta encontrar las vetas de oro que hay escondidas en el estercolero de piedra y silencio de las grandes mediocridades que manejan los titulares y los espacios mediáticos. El Informe PISA 2006 (de la OCDE) nos aplasta, les digo. Y añado las cifras. Otra vez ganan las mujeres. No sólo el machismo tradicional dice que las mujeres que leen son peligrosas, y mucho más las que leen y escriben, pero la gran referencia de las editoriales en sus negocios y en su definición final son, casi siempre, las lectoras, especímenes que se han escapado del ruido y la furia del día a día robando horas para leer. Como si fuera un ejercicio clandestino, una suerte de pecado mortal que se comete para reincidir una y otra vez sin arrepentimiento, hasta que se transforma en una costumbre indisimulada que acompaña a algunas mujeres que conozco y con las que no es conveniente enfrentarse. Obvio es que no incluyo en la lista de mis inteligentes y «peligrosas» interlocutoras a Madame Vinagre, que sigue largando piedras sobre su propio tejado de zinc caliente, como las gatas viudas.

Les propongo a los jóvenes poetas el ejercicio mayor de la lectura: no leer nada que no nos ofrezca resistencia; no leer nada que no nos exija un duelo constante con cada línea leída; no leer nada fácil, saltar del «ilegible» Lezama Lima a su antecedente mayor, Góngora. Y quedarse ahí un rato: hasta que nos guste lo que todavía no comprendemos; entrar poco a poco en el misterio de la lectura, les digo, es entrar con la lentitud conveniente en la escritura. Si no, no vale la pena que sigan en el vicio. Escribir, ya deben saberlo, es leer despacio.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Poco y demasiado. [por José Luis García Martín]

Para conmemorar los ochenta años del año que dio nombre a la generación más famosa de la poesía española, El maquinista de la generación -una revista que parece más para mirar que para leer, aunque siempre publica cosas interesantes- invita a los poetas jóvenes a hacer balance.

El balance es desolador. Abundan quienes no han hecho los deberes y se bastan con vagos recuerdos de estudiantes poco estudiosos. Camilo de Ory expone «de manera suscinta mas no obstante detallada y de forma rigurosa» las razones por las que tuvieron «tan súbito aunque sin embargo duradero éxito» los poetas del 27: la mayoría eran «obscenamente ricos» (cita, entre otros, a Cernuda y Altolaguirre); buena parte de ellos «eran homosexuales e incapaces por completo de disimularlo» (cita, además de a Aleixandre, a Gerardo Diego que, si lo era, lo disimuló tan bien que ni él mismo se enteró); la muerte de algunos «contribuyó de manera decisiva a que alcanzaran el estatus de mito que hoy disfrutan» (lo ejemplifica con Hinojosa).

María Eloy-García comienza comparando a Guillermo de Torre con Picasso («porque ambos me parecen unos artistas cuya revolución reside más en la técnica que en la estética desde mi punto de vista») y luego trata de ampliar la nómina: «¿Pueden ser Rogelio Buendía, Eugenio Montes, Pedro Raída, Eliodoro Puche o César A. Comet poetas de la Generación del 27? Si lo son por edad y por apuesta contemporánea ¿por qué no se les reconoce? ¿es una cuestión de calidad?» (Por supuesto, María).
Para David Leo García, Aleixandre «no es solo el mejor poeta del 27, sino el mayor de España en el pasado siglo, solo seguido de cerca por Juan Ramón y Claudio». ¿Qué le hace destacar? «Crear una atmósfera arrebatadora» con palabras como "la conjunción ?no?, consecuencia de la continua presencia de la negación en la vida de Vicente». Y cita el verso: «ese aire que no mueve unas hojas no verdes». Lo de menos es que considere conjunción al adverbio «no».

Andrés Neuman recurre al ingenio y nos ofrece «27 caprichos sobre el 27»: «Como poeta, a Gerardo Diego le interesaban la mística y los chismes. ¿Cómo negarle la universalidad?» Pues la mística le interesaba más a Prados, los chismes a Salinas (léanse sus cartas) y la universalidad al único al que nadie se la niega es a Lorca. Poco dicen del 27 -con raras excepciones- estos jóvenes poetas y mucho sobre sí mismos. Demasiado.


viernes, 23 de noviembre de 2007

ROBERT DESNOS

M i pluma es un ala y sin cesar cada palabra, sostenida por ella y por la sombra que proyecta en el papel, se precipita hacia la catástrofe o hacia la apoteosis.

Acabo de hablar del fenómeno mágico de la escritura en tanto que manifestación orgánica y óptica de lo maravilloso. En lo referente a la química, a la alquimia de esta caligrafía cuya belleza ha sido reconocida por algunos, y desde ese exclusivo punto de vista caligráfico (insisto en caligráfico y lo siento por el pleonasmo si lo hay), aconsejo a los calculadores acostumbrados al juego de los átomos que enumeren las gotas de agua oculares a través de las que han pasado para volver bajo una forma plástica a confrontarse con mi memoria, que cuenten las gotas de sangre o los fragmentos de gotas de sangre consumidos en esta escritura.
Robert Desnos
¡La libertad o el amor!
(maravilloso)

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Estatuas de Jardín

Era un hombre sabio y vivía en el jardín más hermoso del mundo pero no era un hombre feliz. Vivía en el temor constante de que alguien le atacase y destruyera el jardín que con tanto esfuerzo había cultivado.

Para evitarlo construyó un muro de piedra y se recluyó en el. Durante años vivió en una pequeña casita a orillas de un estanque, cuidando las plantas, estudiando alquimia y observando las estrellas.

Con el paso del tiempo el sabio del jardín empezó a sentirse solo y se planteaba día tras día buscar compañía. Alguna vez que intentó salir del jardín no pudo pasar de la puerta, no sabemos si por el miedo o por la costumbre, pero a los pocos metros de la entrada las piernas le temblaban, las fuerzas se desvanecían, la vista se le nublaba. Solo cuando conseguía retroceder un poco empezaba a sentirse algo mejor.

Un día sustituyó la alquimia por la escultura y en unos meses el jardín se lleno de estatuas. Blancas estatuas de mármol, grandes y pequeñas; ninfas, faunos y querubines se escondían en los rincones más hermosos; ciento de figuras de hombres y mujeres en actitudes diversas según su ubicación, algunas labraban la tierra, otras olían las flores, otras, sus favoritas con ropajes de soldados franqueaban la puerta a una distancia prudente. Perfeccionó de tal modo su arte que cuentan que un tal Miguel Ángel lloró de envidia e impotencia un día que visito el lugar años más tarde.

Aún así el hombre sabio no estaba satisfecho. Las estatuas aunque hermosas son frías

y guardan un sepulcral silencio. En resumen son aburridas.

Sin abandonar su empeño de tener compañía sustituyó la escultura por la mecánica. Con el mismo tesón de siempre diseñó y construyó marionetas accionadas por mecanismos cada vez más complejos. Programó algunas de estás marionetas para que le ayudasen en las tareas del jardín. Otras conocían las reglas del ajedrez, el go y juegos ancestrales como el backgammon. Algunas incluso eran capaces de ejecutar música en sencillos instrumentos.

Pero las marionetas aunque divertidas no eran capaz de provocar ningún estimulo intelectual ni emocional en el pobre sabio del jardín.

Así que un buen día desempolvó sus libros de alquimia y aplicando todo su saber y todo su arte fabricó la marioneta más hermosa jamás construida, le dio cuerpo de mujer y la dotó de un cerebro artificial tan perfecto como el de un ser humano. La llamó Lluvia porque como la lluvia que traen las nubes hace florecer su jardín, ella había hecho florecer cierto atisbo de esperanza en su corazón.

Y no se equivocó. Su vida cambió por completo. Por las mañanas paseaban por el jardín y le mostraba el nombre de las plantas y como había que hacer para cuidarlas. Por las tardes, en el taller, le enseñaba ciencia y literatura y por las noches, observando las estrellas le leía libros de filosofía.

Lluvia se adaptó con sutil facilidad a la vida en el jardín. Aprendió a moverse por sus rincones, reconocía cada una de las estatuas y llamaba hermanos a las demás marionetas, que nunca le contestaban por carecer de voz y modales. Llena de sorpresas, Lluvia aprendió también a cantar y a bailar sin que nadie le enseñara cómo, bajo sus cuidado las flores crecían con colores desconocidos y una nube de mariquitas la seguía allá donde fuese. Solo una nota disonante rompía la armonía de este idílico cuadro, el inexpresivo rostro de la muñeca, incapaz en principio de reflejar emoción en nada de lo que hace. Aunque el viejo alquimista no parecía darse cuenta de ello.

Un buen día ocurrió lo que tenía que ocurrir, el hombre sabio al despertar miró a Lluvia mientras esta se bañaba en estanque y descubrió que se había enamorado de ella. No era algo que hubiese buscado, el solo pretendía tener alguien con quien compartir su vida, no anhelaba el amor. Ella era tan solo una marioneta. Sabía que tan solo cambiando la programación de Lluvia ella actuaría como si estuviese enamorado de él. Pero eso no le bastaba, necesitaba que ella le amase realmente.

Para esto intentó humanizarla por todos los medios posibles.

Cierta mañana que estaban juntos observando el amanecer dando un suspiro el sabio le dijo a Lluvia -¿No es bonito este espectáculo?, ¿No es maravilloso lo que la naturaleza puede ofrecernos?-. Lluvia le respondió tras pensárselo unos minutos -Me has dado un cerebro humano con el que puedo entender ciencia y filosofía pero mis ojos son dos bolas de cristal incapaces de captar la belleza de las cosas.

El alquimista al escuchar aquello en un alarde de amor se sacó sus propios ojos y se los puso a Lluvia para que viera la autentica belleza del mundo.

Días más tarde, por la noche mientras observaban las estrellas el sabio le dijo -¿No sientes la brisa que baja de la montaña cargada de aromas y del aliento de la madre naturaleza?-. La marioneta tras meditarlo un momento le contestó -Mi cerebro me permite entender el proceso por el cual se genera el viento, pero mi piel es sintética y mi nariz un trozo de madera. Con ellas no puedo sentir lo que dices.

Desalentado por aquellas palabras el sabio buscó algo de esperanza y arrancándose la piel se la injertó a la marioneta para que sintiera la vitalidad que emanaba de la naturaleza.

Pensando que todo aquello sería suficiente el viejo alquimista se atrevió a declararle su amor abiertamente. A la manera clásica, de rodillas bajo la luz de la luna le recitó bellos poemas de amor.

Lluvia después de mirarlo detenidamente unos instantes le dijo -Mi cerebro puede entender la métrica y la rima de la poesía que acabo de escuchar. Pero mi corazón es un artilugio metálico incapaz de comprender lo que es el amor.

Completamente desesperado pero consciente de todo lo que iba a perder el pobre hombre del jardín decidió arrancarse el corazón para entregárselo al ser que amaba. Sabedor que a partir de ese día sería incapaz de amar se convenció pensando que sería capaz de vivir tan solo con los fríos recuerdos de un amor enajenado.

Cuando al final le colocó su corazón a la marioneta casi por inercia le preguntó -Y ahora, ¿me amas?- Lluvia esta vez sin pensárselo contestó -Ahora tengo un corazón de verdad pero dime ¿cómo voy a amar a alguien que a su vez es incapaz de amarme a mi?

Dicho esto la marioneta atravesó los muros que rodeaban al jardín y nunca más volvió.

Desde aquel día el hombre sabio pasa las mañanas, las tardes y las noches mirando el horizonte desde un hermoso jardín que no puede admirar, esperando alguien a quien no ama y no amará jamás.



lunes, 19 de noviembre de 2007

Dedicado a... [por Jesús Marchamalo]

Aunque para buena parte de los lectores pueda pasar inadvertido, muchos de los libros que leemos están dedicados a alguien. ¿Qué esconden las dedicatorias? ¿Qué las motiva? ¿Quiénes están detrás de los nombres a los que los autores dedican sus obras?

«En general, mis dedicatorias son recuerdos a algún amigo fallecido, o bien una muestra de agradecimiento a alguna persona sin cuya contribución el libro no habría salido, o habría sido mucho más difícil -afirma Manuel Longares, que dedicó La novela del corsé a Vicente Verdú, Operación Primavera a Ricardo Cid Cañaveral y Romanticismo a Marcos-. Normalmente, dedico sin más historia. La persona a quien se lo dedicas y el autor saben por qué es, y es algo en lo que no deben intervenir terceras personas. Mi última novela, por ejemplo, se la dedico a Marcos, sencillamente. Ni siquiera digo que es mi hijo.»

Es difícil, incluso para los escritores, explicar por qué un libro está o no dedicado. Se apela a razones sentimentales, de agradecimiento o de reconocimiento. Aun así, hay grandes obras de la literatura que no tienen dedicatoria: Ulises, de Joyce; La metamorfosis, de Kafka; Muerte en Venecia, de Mann... Pero hay otras muchas que sí, y que permiten conocer datos sobre el autor, el destinatario, y sobre la propia obra. Proust, por ejemplo, dedica Por el camino de Swann al periodista francés Gaston Calmette, director de Le Figaro, asesinado por la mujer de un ministro contra el que el periódico dirigió una dura campaña, y del que amenazó con publicar una carta comprometedora. Gabriel García Márquez dedicó la edición española de Cien años de soledad a «Jomí García Ascot y María Luisa Elío», amigos que lo visitaron con frecuencia en México mientras escribía, junto al matrimonio Mutis, a quienes dedicó la edición francesa: «Pour Carmen et Álvaro Mutis».

¿Quién será? «Personalmente, me gustan mucho las dedicatorias en las que figura solamente un nombre -admite Lola Beccaria, que tiene cuatro novelas publicadas, dos dedicadas y otras dos no-. Los nombres hacen que se desate la imaginación. Te preguntas quién será esa persona, ¿una pareja? ¿un compañero? E intentas imaginar una historia completa, construirla a raíz de ese nombre. La dedicatoria es, en muchos casos, la única huella del autor, como persona, que hay en el libro. Y aunque es muy tentador construir una frase bonita, me parece un artificio, porque ahí no eres un escritor, sino una persona.» Entre las dedicatorias de Beccaria: «A mis padres», en La luna en Jorge, o «Para Carmen. Para Emejota», en Mariposas en la nieve.

En general, los destinatarios de las dedicatorias suelen ser personas cercanas al escritor: padres, hermanos, parejas y también maestros y amigos, a quienes se hace llegar un mensaje de gratitud o afecto. Muchos de estos mensajes se expresan con alguna clave que tiene que ver con la propia obra. Así, Antonio Orejudo dedicó Ventajas de viajar en tren a su mujer y a sus hijos, casi recién nacidos, con un juego relacionado con el título «A Elena, Jorge y Paula, largos recorridos». «Creo que las personas aprecian las dedicatorias como una muestra de afecto o de cariño, y por eso transijo, pero ya que es algo ñoño de por sí, prefiero ser austero y sobrio», explica.

«A mis enemigos». Hay casos en los que los dedicatarios son eliminados o sustituidos. Ocurrió con El manuscrito carmesí, de Antonio Gala. En la primera edición, de 1990, se lee: «A C. sin cuya contradictoria ayuda no se habría escrito este libro», dedicatoria que es eliminada a partir de la séptima edición. También desapareció del libro de Jardiel Poncela Espérame en Siberia, vida mía la dedicatoria a su hermana y a su hija, con las que al parecer el autor se enemistó. Y Cela cambió la de La familia de Pascual Duarte, originariamente dedicada al dramaturgo Víctor Ruiz Iriarte, por otra mucho más acorde con su personalidad: «Dedico este libro a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera».

«Seguramente, una de las más célebres dedicatorias de la filosofía del siglo XX sea la de Ser y tiempo, de Heidegger -señala el ensayista Javier Gomá-. Decía: "A Edmund Husserl, con admiración y amistad". Husserl fue su maestro y quien le apoyó para que, a su jubilación, ocupara su cátedra. En 1941, miembro Heidegger del partido nazi, y sometido Husserl a depuración por su condición de judío, Heidegger hace desaparecer la dedicatoria en la quinta edición de su libro, en lo que es una clara rendición del filósofo ante la Historia.»

En el otro extremo están quienes no sólo no eliminan a nadie de las dedicatorias, sino que las amplían. Ocurrió con el propio Gomá. Su libro Imitación y experiencia apareció dedicado en la primera edición a su mujer y a sus hijos, dedicatoria que en la edición de bolsillo fue ampliada a su hija Casilda, que había nacido entre tanto. También lo hizo Cela en El bonito crimen del carabinero, publicado en 1947, y que fue ampliando en sucesivas ediciones, de modo que es necesario consultarlas todas para conocer cómo evoluciona.

Misteriosas iniciales. «Es cierto que muchas veces la dedicatoria contiene alguna clave, algún mensaje cifrado que los lectores no somos capaces de entender -asegura Rogelio Rodríguez Pellicer, profesor de Lengua y Literatura y autor de una tesis doctoral sobre dedicatorias impresas-. Recuerdo una, especialmente intrigante, de Pedro Mata, en Corazones sin rumbo, que estaba dedicado "A...". Pueden imaginarse las cábalas respecto a quién era el destinatario. Hay también una novela de José Luis Prado Nogueira dedicada "A X". Y otra de Mercedes Salisachs que la dedica a "T". En todo caso, no conviene olvidar que los lectores no son los receptores de las dedicatorias, sino meros espectadores de una historia, un guiño, una confesión que no se dirige a ellos.» Dentro de estas dedicatorias pretendidamente oscuras, puede citarse la de Julian Barnes en Arthur & George: «A P. K.»

En el otro extremo, los escritores que hacen de la dedicatoria una declaración pública de simpatías y afectos. Onetti, en Juntacadávere, escribe: «Para Susana Soca: por ser la más desnuda forma de la piedad que he conocido; por su talento»; Mario Vargas Llosa, en Conversaciones en La Catedral: «A Luis Loayza, el borgiano del Petit Thouars, y a Abelardo Oquendo, el Delfín, con todo el cariño del sastrecillo valiente, su hermano de entonces y de todavía».

«Salvo que alguien me convenza de lo contrario, los escritores latinoamericanos se distinguen claramente como los grandes dedicadores -sostiene Juan Carlos Bondy, escritor y periodista peruano, autor de un blog sobre la creación literaria-. La mejor dedicatoria que he leído en mi vida la escribió Alfredo Bryce en La última mudanza de Felipe Carrillo: "A Luis León Rupp, a quien siempre recibo en mi casa con una etiqueta negra en el whisky y el corazón en la mano". Otra de Bryce que me parece estupenda está en La vida exagerada de Martín Romaña: "A Sylvie Lafaye de Micheaux, porque es cierto que uno escribe para que lo quieran más". Tampoco están nada mal la de Sabato en El túnel: "A la amistad de Rogelio Frigeiro, que ha resistido todas las vicisitudes de las ideas"; o la de García Márquez, fulminante, en El amor en los tiempos del cólera: "A Mercedes, por supuesto".»

Hospital de sangre. La lista de curiosidades es interminable. Gesualdo Bufalino dedica Perorata del apestado «A quien lo sabe», y Félix Duque Historia de la filosofía moderna. La era de la crítica a su perro, «Argos, el único ser que no me ha abandonado en mi furioso teclear». También Claudio Rodríguez dedicó un libro a Sirio, el perro de Aleixandre, como Arrabal, que mencionó en una de sus dedicatorias a su perrita Blanca. «Se han dedicado libros a un bar, a una ciudad, lo hizo Delibes en El hereje, dedicado a Valladolid; a un ascensor, a un árbol -enumera Rogelio Rodríguez-. Recuerdo una dedicatoria de Miguel Sáinz a su pierna derecha, y otra de Miguel Hernández al muro de un hospital de sangre, y recuerdo una muy simpática de Álvaro de la Iglesia que dice: "A mí, con todo el afecto, de yo".»

Pocos problemas tiene, para dedicar, Enrique Vila-Matas. A poco que se pase revista a sus libros, se puede comprobar que El viaje vertical, París no acaba nunca, El mal de Montano, Bartebly y compañía y Doctor Pasavento tienen, exactamente, la misma dedicatoria: «A Paula de Parma». Sin embargo, en su último libro, Exploradores del abismo, matiza: «A Paula de Parma, molto vivace». Está flaqueando.

jueves, 25 de octubre de 2007

¿Cuáles de estos 7 Errores estás cometiendo en tu vida como escritor o escritora? por Juan Manuel Larumbe III

NUMERO 5.- No tomar nunca notas.

Mientras lees, ten a mano un bloc de notas. Mantente alerta para captar una buena estructura gramatical, una metáfora nueva, conjugaciones interesantes... Escribe las frases que te hagan pensar. El acto de escribir puede ayudarte a integrar ese ritmo particular en tu cerebro. Asegúrate de poner el nombre de la publicación y su autor. Pon notas para recordarte por qué te llamó la atención esa frase.

Cuando encuentres un personaje interesante escribe algo sobre él. Recuerda a Tom Ripley, de Patricia Higsmith. A cualquier otro. ¿Qué le hacía tan atractivo o tan creíble? ¿Había rasgos de personalidad únicos que hicieran destacar al personaje? Estas notas pueden ser muy útiles más adelante al desarrollar tus propios personajes.

También te encontrarás personajes aburridos y sin vida, escritura que hará que te rechinen los dientes. Guarda una sección de tus notas para las frases que te ponen los pelos de punta. Busca las que enlentencen el curso de la lectura (Las que abundan los adverbios acabados en mente, por ejemplo) y mantén un apartado para ellas. Te ayudará a encontrar las tuyas.

NUMERO 6.- No descansar.

¿Alguna vez has oído hablar de DEJAR DORMIR LA PROPIA OBRA? Una vez terminada y corregida, arroparla y meterla en un cajón, olvidarte de ella, hacer otra cosa que nada tenga que ver con la obra que duerme. Aunque sea un sólo relato de 3 páginas. Cualquier producto de tu creatividad. DÉJALO DORMIR. Descansa. Procura que salga de tu mente completamente (Excepto el lugar donde lo guardaste :-) y no tengas prisa para retomarlo hasta que esto ocurra.

¿Por qué? Porque al igual que en la vida, que vemos mejor las claves de un problema después del descanso, nuestros ojos serán nuevos cuando releamos ese trabajo. Veremos cosas que antes no vimos y sabremos corregirlas y dar solución a los fallos así detectados. Escribir es reescribir, dijo Donald M. Murray.

NUMERO 7.- No saber cuando parar.

Cuando haya vida a tu alrededor, deja el libro y observa. En el aeropuerto nadie comienza una conversación con alguien con la nariz enterrada en un libro. Como escritor quizá pases demasiado tiempo solo. Cuando estés con gente alrededor aprovéchalo y observa la vida que fluye. Sé cálido y abierto con los extraños. ¿Qué mejor manera de aprender de la naturaleza humana que coleccionar rasgos de personalidad interesantes, trozos de diálogo e incluso ideas para historias?

Raymond Chandler decía que los escritores eran todos unos proxenetas. Prostituyen lo que ven y a la gente que conocen y le dan una vida nueva en un libro, negro sobre blanco. Tu propia escritura será un compuesto de cada autor que hayas leído y admirado, Tus temas habrán salido de cada situación o persona que hayas conocido.

En resumen, lee los libros de manera lenta y calmada. Estudia que es lo que hace que su escritura funcione. Escucha tu oído interior y toma notas detalladas. Observa el mundo a tu alrededor.

Lee, lee, lee. Añade tu genio creativo y tu talento. Y luego... escribe, escribe, y escribe.

Cual debe ser tu próximo paso...

Relee uno a uno los 7 errores teniendo tu forma de leer en mente. ¿Cuáles son los errores que estás cometiendo? Anótalos. Elige los dos que puedas corregir inmediatamente. Piensa como puedes corregirlos. Una vez corregidos, elige otros dos y comienza el proceso nuevamente.

FIN

miércoles, 24 de octubre de 2007

Amos Oz

"La literatura consiste en invitar a los muertos a tomar café."
(Amos Oz)
 


 

viernes, 19 de octubre de 2007

Dice Sócrates en el diálogo de Platón.

 
 

 

 
Porque es una cosa leve, alada y sagrada el poeta, y no está en condiciones de poetizar antes de que esté endiosado, demente, y no habite ya más en él la inteligencia. [...] Porque no es gracias a una técnica por lo que son capaces de hablar así, sino por un poder divino, puesto que si supiesen, en virtud de una técnica, hablar bien de algo, sabrían hablar bien de todas las cosas. Y si la divinidad les priva de la razón y se sirve de ellos como se sirve de sus profetas y adivinos es para que nosotros, que los oímos, sepamos que no son ellos, privados de razón como están, los que dicen cosas tan excelentes, sino que es la divinidad misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla.
 

 

lunes, 8 de octubre de 2007

¿Cuáles de estos 7 Errores estás cometiendo en tu vida como escritor o escritora? por Juan Manuel Larumbe II

NUMERO 2.- No discriminar nunca. Leer hasta los prospectos de los medicamentos.

El trabajo, los niños, la familia, el ocio, tu propia obra... Hay pocas horas dedicadas a la lectura en la vida de un escritor. Si además lees despacio, leerás mucho menos. Quizá parezca una contradicción con el punto anterior. Pero verás... batallar con un libro aburrido y mal escrito es perder el tiempo. Si no te llama la atención una novela al final del capítulo tercero o un relato al finalizar la primera página, olvídalos. Dedícate a leer algo que valga tu valioso tiempo. El tiempo es crucial.

Tú eres el mejor juez sobre lo que te inspira y motiva, estúdialo, absórbelo. Úsalo para mejorar tu propia escritura.

NUMERO 3.- No leerlo todo.

¿Otra contradicción? Quizá lo parezca. Pero no leer todo lo de un libro que te ha gustado, es también un error. Un libro es un producto. Destinado a generar un beneficio al autor, al editor que arriesga su dinero y al librero que lo pone en tus manos. Lee los libros desde la cubierta hasta la contraportada, incluyendo créditos y dedicatorias. Las biografías de los autores harán que te des cuenta que son personas normales y corrientes como tú y como yo, con animales de compañía e incluso horarios para escribir tan apretados como los nuestros.

Las dedicatorias pueden ayudarte a vender tu libro el día de mañana. Puedes ser de los escritores que lo ven como halagos baratos e hipocresía... o de los escritores que lo contemplan como un agradecimiento sincero. Tú eliges. Si buscas un agente para tu libro, léete las dedicatorias de materiales similares.

NUMERO 4.- No escuchar.

Al leer con calma podrás saborear el ritmo de la escritura. Lo dije antes. Se hace escuchando. Intenta percibir cuando una frase capta tu atención. Léela en voz alta e intenta pensar por qué te llamó la atención. En vez de leer las palabras, aprende a escucharlas en tu interior. Toma notas de personajes que hablen en voz alta y chillona o baja y suave. Intenta imaginarte el sonido. Deja que el silbido del tren o el sonido de los frenos tomen vida en tu mente e intenta descubrir si el autor usó ese sonido en sus frases. Busca las aliteraciones. Cortazar usaba el sonido en sus cuentos, y las cadencias del jazz. Y Burrougsh: "Hermosa la ira de un gato ardiendo con puro fuego felino" y Nabokov: "Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of my tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.".

Aprende a escuchar mientras lees porque eso te enseñará a escuchar tu propia escritura, ayudándote a encontrar las palabras más adecuadas para describir sonidos, olores y sabores. También te ayudará a terminar con éxito un párrafo y a equilibrar los siguientes párrafos entre sí. Afina tu oído a la cadencia musical de las palabras pero no caigas en los ripios. Toma nota de cómo los clichés y las frases hechas y manidas pueden reciclarse en material fresco y nuevo.

CONTINUARA...

jueves, 4 de octubre de 2007

Imagen:Raymond Chandler mural FLG AZ USA 6381.jpg

       "Cuando me atasco escribiendo una novela, lo resulevo haciendo que alguien entre en la habitación pistola en mano."
(Raymond Chandler)

 

martes, 2 de octubre de 2007

¿Cuáles de estos 7 Errores estás cometiendo en tu vida como escritor o escritora? por Juan Manuel Larumbe

En mi trabajo como corrector y como editor, a menudo veo personas que no tienen la más remota idea de cómo corregir sus textos. Incluso rehuyen ese tema arguyendo la espontaneidad y la frescura de sus escritos, o - si se lo pueden permitir - recurren a contratar a un profesional. Muchas de esas personas SABEN que algo falla en sus textos o en un texto concreto, pero no saben exactamente qué. Y no me refiero a la ortografía.

Quizá te parezcan cosas de lógico sentido común lo que voy a explicarte. Pero sucede que a veces, las cosas del lógico sentido común no las tenemos presentes. El ejemplo más reciente es un escritor joven y con una primera obra en la calle (un poemario ganador de un concurso) que recurrió a nosotros - cuando aun teníamos el servicio de Obra en curso de ayuda al escritor en todo el proceso -, porque SABÍA que su primera novela fallaba en los personajes. Pero no sabía en qué o por qué fallaban. Le pregunté si había leído mucho y me dijo que antes de escribir sí pero que en este momento leía mucho menos, apenas un libro cada dos meses. Le pregunté su edad y me respondió que tenía... ¡25 años! Después de varias encuestas y de atentas lecturas de la obra vimos que dos de sus personajes, uno de ellos el principal, no habían vivido mucho, apenas tenían una experiencia creíble sobre la vida. A nuestro joven autor le faltaban lecturas y vivir más las escenas que ponía en sus personajes .

Y es que quizá lo has oído millones de veces: si quieres escribir debes leer, leer y leer. Leer los clásicos, leer bestsellers actuales, leer periódicos, leer sobre el tipo de material que quieres escribir, leer sobre cómo escribir, leer buena escritura que puedas imitar e incluso leer basura para saber cómo no debes escribir. Siempre: LEER. Pero muchas veces nos olvidamos de una pequeña parte no por ello menos importante. Cómo leer es tan importante como qué leer.

En este artículo voy a revelarte cuales son los *errores* más graves que puedes cometer en tus lecturas como escritor. Y todos ellos son relativamente fáciles de evitar. Si los evitas, corregirás mejor tus textos.


NUMERO 1.- No tener calma.

Estamos acostumbrados a leer para buscar información, pasando por alto la escritura en ocasiones y yendo directamente a lo que nos importa. Pero los escritores podemos aprender mucho leyendo lo que otros ya han escrito. Si lees demasiado rápido te perderás muchas cosas. Debes tomarte tu tiempo para escuchar las palabras y su ritmo, sentir los detalles, vivir la historia que te están contando.

Piensa en un relato o artículo que disfrutases la semana anterior. ¿Puedes recordar el argumento? ¿Los personajes? ¿La tesis del autor? Si tu respuesta es no... lo leíste demasiado deprisa.

Lee lentamente y totalmente concentrado para percibir un giro inesperado en el argumento, una frase maravillosa o un pequeño detalle. Tómate tu tiempo y piensa por qué funciona esa manera de escribir del autor, por qué ha funcionado contigo. Este es el meollo de cómo mejorar tu escritura leyendo.



CONTINUARA...

sábado, 29 de septiembre de 2007

Viajes









Casi podría decir que mis primero pinitos en la escritura son los cuadernos de viaje. VIAJES...siempre ha sido un buen tema sobre el que escribir y muchas de las grandes obras de la literatura se excusan y/o sustentan en el viaje de los personajes.
Así que hay queda la nueva propuesta de trabajo.


Y como muestra un botón del libro Diarios de Motocicleta de Ernesto Che Guevara:

Un viaje tiene dos puntas. El punto donde se empieza y el punto donde se acaba; si tu intención es hacer coincidir el segundo punto teórico con el real no repares en medios. Como el viaje es un espacio virtual que acaba donde acaba hay tantos medios como posibilidades de que se termine, es decir, los medios son infinitos.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

La última hoja de otoño (Job) [Días de Lluvia]

El gato mira impaciente la última hoja que quedaba en el árbol del jardín. Este año el invierno se retrasa. Quisiera hacer algo para adelantar la caída de esa hoja pero sabe que la naturaleza es caprichosa y solo queda esperar.

Cada año cuando la última hoja de otoño toca el suelo llega la lluvia. La primera vez que la vio, el gato se quedó maravillado. El caer de las gotas sobre la hierba, el crepitar del agua en el tejado, el color del aire mientras llovía. Esa primera vez su madre no le dejó salir fuera. Cada intento de fuga era fustrado y el cachorro era transportado a la gatera en las tiernas fauces de la gata.

Al día siguiente volvió a llover y el otro y el otro. Solía llover casi todos los días del invierno. Pero aquella lluvia no era igual que la primera. No olía igual, no brillaba igual.

Pasó un año. Tras el caluroso verano el gato se había olvidado de la lluvia cuando una tarde cualquiera empezó de nuevo a llover. Al notar las primeras gotas de agua sobre su cuerpo un calido frescor le estremeció desde la cola hasta los bigotes. Aquel sonido, aquellos olores. Estuvo toda la tarde jugando bajo la lluvia, cazando gotas y dejando que su cuerpo se empapara de felicidad.

Al día siguiente nada fue igual. No olía igual, no brillaba igual. El agua caída al día siguiente no emborrachaba su corazón. Una profunda tristeza sumió al gato en un estado de densa melancolía. Aquel gato se había enamorado de la primera lluvia del invierno. Sus siete vidas se habían evaporado de golpe. El pobre animal vivía un solo día al año, el resto eran un simple compás de espera.

Con el tiempo descubrió que su Lluvia llegaba tras la caída de la última hoja de otoño. A medida que los árboles perdían su verde manto nuestro gato iba despertando de su letargo. Cuando descubría esa última hoja pasaba horas, días enteros vigilándola, esperando el ansiado momento.

Este año el invierno se retrasa y con el su Lluvia amada. El gato se siente viejo. Han pasado ya muchos años. Piensa que quizás esta sea la última vez que disfrute de su compañía. Se estremece con ese pensamiento y llora.

Sin avisar la hoja empieza a caer, planea sobre los rosales, saluda al raquítico limonero y tras un par de piruetas cae a los pies del gato. El cielo gris sonríe y comienza a cantar. En ese instante al gato le asalta una idea. Una arrebato de locura quizás, su única esperanza. Las gotas vuelan al encuentro de su felino amante. Este salta como poseído, intentando besarlas a todas. Pero no las besa, las recoge en su lengua y se las bebe. En un desesperado intento para retener al amor de su vida el gato bebe durante horas.

Al caer la noche ahíto de amor y lluvia, reventado por dentro, con el corazón anegado, el gato cae muerto al lado de la última hoja de otoño.


martes, 25 de septiembre de 2007

Urracas. [por Andrés Ibañez]

 
Fue aquel un día aciago en mi vida. Lo recuerdo como el día más bajo de un largo descenso hacia el valle más profundo, aquel en que anidan la tristeza, la desesperación, el suicidio. Estaba yo descendiendo por la tristeza, hundido ya en los helechos de la desesperación, cuando apareció la urraca. Se posó en lo alto de una antena de la televisión, y se puso a mover la cola de arriba abajo. Luego abrió las alas, echó a volar, trazó un amplio círculo por el patio y pasó frente a mi ventana. Por un instante, como en uno de esos efectos ópticos cuando miramos las manillas de un reloj, pareció quedar inmóvil en el aire. Una urraca inmóvil en el aire. Una cruz blanca y negra en el aire.

Volví a encontrármela unos días más tarde. Caminaba yo por la calle Jorge Manrique en dirección a la Castellana, y se posó en el respaldo de un banco callejero. En esa ocasión, tuve la certeza de que me estaba mirando. A partir de entonces, solía encontrarme con ella en el curso de mis paseos.

El encuentro definitivo sucedió un domingo por la mañana, entre los castaños de Indias de la Universidad Complutense. No es esa mi universidad, y por eso sus edificios y jardines no son para mí otra cosa que edificios y jardines. Encontré a la urraca frente al edificio de Derecho, posándose con violencia en una de las barandillas metálicas.

En aquella ocasión no sólo me miró, sino que me habló también. Le pedí que me explicara cuál era mi problema. «Tu problema», replicó, «es que no te atreves a vivir. Tu problema es que no te das cuenta de que eres libre y que puedes hacer lo que quieras.» «No», repliqué yo, que ya me sentía abrumado, «quiero decir mi problema como escritor.» «Es lo mismo», replicó la urraca. «No te das cuenta de que eres libre.»

Luego me pidió que la siguiera, y echó a volar. Voló en dirección al edificio de Filología que está cuesta abajo. Descendí por un camino de tierra entre los árboles. Había un edificio nuevo, apenas terminado y que seguramente todavía no estaba en uso. Vi cómo la urraca se posaba en el alféizar de una de las ventanas del piso superior. Luego se puso a mover la cola de arriba abajo, como llamándome.

Entré en el edificio. Estaba lleno de urracas, y también de otros pájaros. Todos me saludaban y me recibían con enorme amabilidad. Pregunté por la urraca, por mi urraca. Se reían. Me decían que me olvidara de ella, que era simplemente un guía. Pregunté qué era aquel lugar. Y así me enteré de que aquella era la universidad de las urracas. Un lugar en el que raramente se admiten a los seres humanos. Habían encargado a mi urraca que me llevara hasta allí. Aquel, me explicaron, era un raro privilegio.

A partir de entonces, comencé a asistir diariamente a la universidad de las urracas. Había muchas clases y departamentos, cursos especiales, talleres, laboratorios, cursos de doctorado. En todos era admitido, y en todos se enseñaban materias fascinantes.

Materias de las que yo jamás había oído hablar. Ciencia de los sonidos distantes. Ciencia de la conciencia. Ciencia de las formas geométricas del alma. Ciencia de la conciencia de los colores. Historia y tradiciones de Lemuria. Geografía imaginal de la Atlántida. Ornitología musical. Ciencia de los abismos y los precipicios. Percepción intrasensorial. La sexualidad como arquitectura. Arquitectura, locura, sexualidad y percepción lumínica. Narratología sexo-musical. Hipnosis auténtica y plagal. Creación de fenómenos psíquicos. Ciencia del amor visible e invisible. Ciencia de las formas del mundo. Geografía de lugares vacíos. Ciencia de la alimentación psíquica.

Pasé muchos, muchos años en la universidad de las urracas. Allí aprendí casi todo lo que sé. Allí olvidé casi todo lo que había aprendido antes. Poco a poco, comencé a adquirir caracteres de urraca. Me salían plumas en los brazos y en el torso. Me creció un pico y una larga cola de plumas negras que me resultaba cada vez más difícil ocultar con la ropa.

Finalmente, aprendí a volar. Me costó muchos años de esfuerzos, pero lo logré. Y ahora vuelo a menudo sobre los tejados de Madrid. Y a veces voy hasta el patio de la casa donde vivía, me poso en una antena de televisión y veo mi ventana vacía. A veces me poso en el balcón y observo a mi mujer y a mis hijos. Mi mujer ha vuelto a casarse, y está muy distinta.

Creo que mi hijo pequeño todavía me reconoce.

viernes, 21 de septiembre de 2007

 
 
"La creación del literato no tiene por qué preocuparse por el lector. Tanto si lee como si no lee, el lector tampoco le tiene nada en cuenta. Sólo si ambos son libres frente al otro puede existir la literatura. La naturaleza de la literatura en modo alguno consiste en ser consumida. Llegado el momento en que se puede escribir o no escribir, se puede leer o no leer, y se escribe y se lee, es cuando realmente merece la pena escribir y cuando hay algo que leer ."
 
(Contra los ismos)
G. Xingjian

lunes, 17 de septiembre de 2007

Breve caracterización de escritores

Cuando Esther me propuso que le ayudase con este blog acepté enseguida. Al tiempo fui consciente de la responsabilidad que esto conllevaba. Este es un proyecto muy hermoso e interesante y no quería estropearlo.
Así que me lo tomé con calma. Como coadministrador no bastaba con enviar algunos relatos. Investigué lo que pude por internet, consulté algunos libros y encontré diversos artículos que me gustaría compartir con todos vosotros. También habrá relatos pero los que ponga aquí quiero revisarlos minuciosamente.

A continuación os dejo el primer articulo, titulado "Breve caracterización de escritores" de Daniel Jassen.

Breve caracterización de escritores

Extracto del libro del escritor Daniel Janssen



1 El que toma café
Características: Pospone la escritura, se pasea mucho con sus pensamientos e ideas, no es muy productivo, espera a que le llegue la inspiración
Punto fuerte: Escribe textos bien pensados.
Punto débil: Le falta el tiempo.


2 El que difunde
Características: Pone sus ideas rápidamente sobre el papel, no se preocupa de los detalles de la formulación, exige muchos esfuerzos de otros.
Punto fuerte: Distribuye las ideas y acepta fácilmente toda clase de crítica sobre el contenido.
Punto débil: Descuidado, olvida cosas; da la sensación que el trabajo intelectual lo deja hacer por otras personas.


3 El Decorador
Características: Escribe lentamente, cada detalle es importante, desde el inicio pone los puntos en las íes.
Punto fuerte: Escribe textos con una formulación bella.
Punto débil: Pierde las ‘líneas generales’ con bastante frecuencia.


4 El que suprime
Características: La vista crítica es muy severa. Suprime mucho, escaso texto fijo.
Punto fuerte: La autocrítica.
Punto débil: La producción; falta de tiempo.


5 El que une
Características: Escribe rápidamente, muchas veces sin objetivo, es asociativo cambiando de tema continuamente, une todas las cosas.
Punto fuerte: Posee una abundancia de ideas.
Punto débil: Muchas veces el texto carece de unidad.


6 El coleccionador
Características: El experto e investigador de fuentes de pura sangre, sin embargo continuamente es inminente que se ahogue en la información.
Punto fuerte: Sabe mucho del contenido, tiene acceso a los conocimientos.
Punto débil: A menudo pierde de vista al lector.


7 El ajedrecista
Características: Planificador del proceso de la escritura, considerando los objetivos propios y los del lector.
Punto fuerte: Estructura y con una intención clara.
Punto débil: No todas las veces se le ocurren fácilmente las nuevas ideas.


Después de leer esto, ¿sabes ya a que grupo perteneces?

viernes, 14 de septiembre de 2007

Retrato de Cocteau por Modigliani

(Jean Cocteau)
"Las palabras ricas en color y sonoridad son tan difíciles de usar como las joyas aparatosas y los colores chillones.
Nunca se las pondrá una mujer elegante."